viernes, 20 de agosto de 2010

Pendragón Año 488: Traición en Tierras Francas

“¡Acercaos! ¡Venid todos a escuchar mis palabras! Yo, Gaeldas el Bardo, os contaré las aventuras y desventuras de grandes héroes. Traedme una buena bebida, y os narraré de aquellos tiempos en los que los jóvenes caballeros cruzaron el mar, hasta el continente, para luchar contra los feroces francos. Y de las traiciones y batallas a las que tuvieron que hacer frente, llevando a cabo grandes hechos de armas.¡Venid y acercaos he dicho! Pues así continúa su historia…”

El invierno pasó tan rápido como siempre, y pronto los rayos del sol fundieron la blanca nieve en las tierras britanas. Los caballeros, algo más ricos que de costumbre, se encontraron nuevamente en el castillo del Conde Roderick, en Sarum, conversando sobre las últimas noticias que afectaban al Reino.
Allí, reunidos con la playa mayor del conde, se enteraron de la petición de ayuda que el Pretor Syagrius había solicitado al rey Uther para recuperar las tierras saqueadas por los francos del Rey Claudas. Al parecer, el monarca había aceptado ayudar al Pretor, y había dividido su ejército en dos. Mientras que una parte, comandada por el príncipe Madoc, partiría hacia el continente, la otra se quedaría acompañando al rey a arreglar ciertos asuntillos.

El conde les pidió a los caballeros su opinión sobre cómo actuar, y los jóvenes y valerosos guerreros, prefirieron viajar junto a Madoc, ante la perspectiva de botín. De este modo, los caballeros se encontraron nuevamente camino a la guerra. Viajaron al puerto de Hantonne, donde se encontraba el ejército, y lentamente los navíos britanos embarcaron hacia el continente.
Se estableció una base cerca de la playa, y los caballeros se encontraron realizando misiones de guardia, protegiendo el campamento ante eventuales asaltos francos. En una de estas rondas, los caballeros pasaron cerca de la tienda de Madoc, y allí escucharon varias voces, que discutían acaloradamente. Tras acercarse algunos de ellos, por si acaso ocurría algo, se oyó un fuerte golpe en una mesa, y la voz del príncipe que ponía punto y final a la conversación.

- ¡Basta! ¡Una ciudad o cuatro días! Y no hay nada más que hablar…

Temiendo haberse metido en situaciones que no eran de su incumbencia, los caballeros continuaron con su ronda como si nada hubiera pasado.

Al día siguiente, el sonido de unas trompetas anunciaba la llegada de alguien importante. Los caballeros se acercaron al tumulto, y vieron como llegaba el Pretor Syagrius, un hombre moreno y enjuto, de rostro patricio, ataviado a la manera de los antiguos romanos. Junto a él, sus tropas lo flanqueaban, impolutos y brillantes, dispuestos como si fueran hacer un desfile.
El pretor se apeó de su montura y abrazó al príncipe, pero no antes de que los caballeros se percataran de la fría mirada de desdén que dedicaba al ejército britano. Tras reunirse con el pretor, los caballeros fueron llamados a la tienda de Madoc, donde se les informó que actuarían como escoltas para Syagrius, quedando bajo sus órdenes durante el viaje.

El viaje transcurrió sin problemas, a pesar de la reticencia de los jóvenes guerreros. Llegaron a una aldea grande, en busca de aliados para la causa del Pretor, y al día siguiente se encaminaron hacia el campamento nuevamente.

En ese momento, se percataron de que tras una colina, se elevaba una columna de humo. Uno de los jóvenes espoleó su montura, y alcanzó la cima de la colina, justo para encontrarse frente a un grupo de francos que, con las alforjas llenas de botín saqueado, cabalgaba hacia ellos.

Aunque trataron de dialogar, los francos reconocieron el estandarte del pretor, y anticipando un jugoso rescate, se dispusieron a atacar. Los caballeros se pertrecharon para defenderse cuando el pretor se dirigió hacia ellos.

- Britanos… - dijo, con su eterno gesto de superioridad -. Cubrid mi retirada. – tras lo cual, espoleó su caballo, y partió con sus soldados, dejando atrás a los pocos britanos que iban en el séquito, que se debatían entre su deber de obedecer una orden de un superior, y el tremendo odio por el pretor que inflamaba sus corazones ante tamaña traición.

Pero poco tiempo tuvieron para tribulaciones, puesto que pronto los francos cargaron colina abajo, empuñando sus afiladas armas. Se separaron en dos grupos, tratando de frenar el impulso enemigo, y chocaron con violencia contra los enemigos.


Quizá los francos esperaran un blanco fácil, era obvio que no conocían a quien se enfrentaban. Únicamente Sir Loic no pudo lucirse en la batalla, pues durante la batalla, al adelantarse temerariamente, recibió un duro golpe que dio con sus huesos en tierra, inconsciente.

Los demás caballeros se sumergieron en un maremagnum de golpes, tajos, estocadas y heridas, de borbotones de sangre y gritos de agonía. Cada golpe recibido fue respondido por diez, y por cada britano caído, varios francos lo acompañaron.

Nunca supieron cuanto tiempo duró la lucha, quizá unos minutos, quizá horas, pero cuando por fin los francos se retiraron, los caballeros apenas se mantenían en pie. Sir Gunner vociferaba, gritando contra sus enemigos, embadurnado en sangre, mientras Langley y Garrick se aferraban a las riendas de sus monturas para no caer.

Trataron a los heridos, y antes de que llegaran los cuervos carroñeros, y temiendo la llegada de nuevos enemigos, los caballeros partieron hacia el campamento, en busca de la venganza que sus almas reclamaba.

¿Qué gloriosas aventuras les esperaban en aquellas tierras desconocidas?