martes, 29 de junio de 2010

Pendragón Año 487: El Banquete de la Espada

Este año, la Corte del Rey Uther se trasladaba a Salisbury, y el personal del Castillo de Sarum se hallaba agitado ante la presencia del monarca. El Conde Roderick se hallaba ocupado con los preparativos, con la intención de agasajar a su señor de la mejor forma posible, y por ello, los caballeros, convertidos en la comidilla de los cortesanos del condado, apenas lo veían.

Lentamente iban llegando los caballeros y grandes nobles aliados de Uther, y por fin, una soleada mañana, se pudo distinguir a lontananza el enorme séquito del Pendragón. Montaba un hermosísimo corcel, de gran alzada y finas líneas, blanco como la nieve, y sus vestiduras podrían hacer sonrojar a los caballeros, a pesar de sus flamantes ropas nuevas. Junto al monarca, cabalgaba su hijo, el Príncipe Madoc, no menos impresionante que su progenitor, del que había heredado su fiera mirada y anchura de hombros, departiendo con sus camaradas de armas.

La recepción fue fastuosa, y al anochecer se celebró un gran banquete, en el que los caballeros estuvieron presentes, aunque alejados de tan poderosos y nobles señores. Tras interminables rondas de comida y bebida, a cual mejor manjar, comenzaron los tradicionales regalos entre los señores. Los nobles fueron desfilando ante el monarca, presentándole sus dádivas. El propio Conde Roderick se acercó a Uther y le entregó un hermoso yelmo, decorado con dos osos de color blanco, fabricado en las lejanas tierras de Noruega.

Tras una larga ceremonia, en la que Sir Garrick aprovechó para conversar animadamente con Lady Adwen, la rica heredera que estaba siendo objetivo de sus galanterías, fue el turno del Príncipe Madoc. A una señal suya, entraron unos hombres portando pesados cofres, los cuales depositaron en el suelo. Uno contenía oro y plata, el otro, rebosaba de brillantes joyas, y el último, tenía sedas, telas y mantos de calidad exquisita. Era el botín obtenido de los sajones. El Rey Uther, complacido, reparte casi sin mesura, y todos en la corte reciben su premio, incluso los jóvenes caballeros obtienen varias monedas de plata.

-¿Nada más? Pero si tiene tres cofres llenos…- Sir Garrick, alabando la largueza y generosidad de Uther.

En ese momento, las puertas del gran salón se abren, y heraldo anuncia la llegada del Sabio Merlín, Archidruida de Britania. El druida entra en la sala, caminando con paso firme, su cayado de serbal golpeteando el suelo de la estancia. Una sonrisa divertida se insinua entre su barba entrecana, y sus extraños ojos dorados contemplan a la multitud con alegría.

- ¡Adelante, Sabio Merlín! ¡Siempre sois bienvenido a mi lado, Archidruida y Bardo de Britania! – exclamó Uther con sus potente voz.
- Veo multitud de regalos aquí – respondió Merlín -. Regalos sin duda dignos de un gran hombre. Pero vos no sois como el resto de los hombres, Uther. – continuó mientras giraba, dirigiendo su voz estentórea a todos los rincones de la sala.

A pesar de que no hablaba alto, todos los presentes, desde el primero hasta el último, escuchaban con claridad las palabras del druida.

-Vos sois Uther Pendragón, Monarca de Britania, y sin duda nadie ha alcanzado más alta dignidad, ni siquiera los Emperadores de Roma. Un hombre de tal valía, un hombre que puede poner paz en nuestra buena tierra, se merece un presente aún mayor…

Un revoloteo de su capa, y donde antes estaban las manos vacías de Merlín, se encontraba ahora una hermosa espada, con guarda de oro y brillantes, y una vaina igual de impresionante, una espada que los jóvenes caballeros conocían muy bien. El sabio druida sujetó la espada por la vaina, ofreciéndosela a Uther, que con mano trémula, acercó sus dedos a la empuñadura. Tras un instante de duda, la desenvainó, y un brillo dorado inundó la estancia, al tiempo que la voz del Bardo de Britania se hacía escuchar.

- ¡HE AQUÍ A EXCÁLIBUR, LA ESPADA DE LA VICTORIA! –

El monarca se llevó la espada hasta sus labios, para besarla con reverencia, y luego dirigió su mirada a los allí presentes.
- Con esta espada en mis manos, ninguno de mis enemigos podrá oponerse a mí. – susurró Uther.
- Lo único que debes hacer es actuar siempre con justicia – le respondió Merlín.
- Creo que es el momento de visitar a unos viejos amigos – dijo Uther con una sonrisa, ante la algarabía general.

A continuación, Merlín llamó a los jóvenes caballeros, que le habían ayudado a conseguir la espada, y les ofreció relatar dicha historia, lo cual procedieron a hacer con indudable gracia, en una narración coral que impresionó a los cortesanos.

Al día siguiente, el Conde Roderick reunió a sus caballeros, y les informó que el Rey Uther se iba a dirigir al norte, a visitar a algunos caballeros poco leales, pero que su hijo Madoc estaba reclutando voluntarios para saquear los territorios sajones del este. Como la mayoría de los jóvenes hambrientos de gloria y botín, los caballeros decidieron que acompañarían al Príncipe Madoc.

Se aprestaban las espadas, se ajustaban la armadura, pronto correría la sangre...

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